La porfía es un documento camuflado de novela, en ella se
retrata a una España casi medieval, sus últimos coletazos antes de perderse en
los tiempos y llegar a donde ahora nos encontramos. Los paisajes, la
superstición, las costumbres, los oficios y por supuesto el habla; un habla
aprendido de oído del cual aún quedan reminiscencias y que desde el principio quise
dejar por escrito para de esta forma, fijarlo sobre papel y que nunca muriese.
Va dirigida a un público general. Quizá los que más se reflejen en ella sean aquellos a los que nos tocó vivir aquella transición; ese salto a la modernidad, personas cuyas edades, a día de hoy, oscilan entre los cuarenta y los sesenta años. La necesidad de incluir en ella a muchas personas mayores, por ser ellos los principales portadores de un léxico casi olvidado, también opino que creará en ellos una atmosfera de agradables recuerdos al leerla. Y los más Jovencillos, los hijos de la era digital, tendrán en este relato un agujerito para descubrir al mirar a través de él, hacia otro mundo no tan lejano aunque desconocido; del cual, acaso los más curiosos, disfrutarán.
¿De dónde viene la inspiración y cómo fue el proceso que te
lleva a escribirla?
La inspiración siempre está, nos asalta constantemente. Vas
conduciendo o estás en tu quehacer diario y te invade a rafagazos; y piensas
que un día deberías juntarlos en un papel, escribirlos. Luego, nunca lo
hacemos, no tenemos tiempo o no le encontramos un sentido.
Ya tenía algunos de estos apuntes y rumiaba el ordenarlos.
La desgraciada situación que nos ha tocado vivir en estos momentos propició que
un día, allá por principios de abril, abriera mi ordenador y comenzara, porque
sí, porque me apetecía.
Una novela que surge de manera inesperada como pasatiempos
en el confinamiento, y ahora, apenas un año después ya está publicada gracias
al interés de una editorial. Toda una gesta incluso para mayoría de los grandes
escritores. ¿Cómo ha sido el trascurso desde que llega la primera chispa a tu
mente, hasta que finalmente aparece la edición impresa?
Lo que empezó, como bien dices como pasatiempo, en nada se convirtió en una autoexigencia, sin olvidar la dura disciplina a la que me sometió Maite Chillón, –licenciada en filología hispánica, con muchos años de experiencia, prologuista de la novela y por encima de todo amiga– Después de convencerme de que no era darle patadas a una pelota, sino que el partido iba muy en serio, me vi arrastrado a poner todo mi esfuerzo en que el trabajo quedara decentemente expuesto. El agrado con que fue recibido el escrito por otro filólogo, Manuel García, compañero de Maite, escritor, y avezado en estos mundos; abrió otra puerta al convertirse en mi mentor ante la editorial ENTORNO GRÁFICO. El resto es lo que hoy podemos ver transformado en papel.
¿Qué es lo que habías escrito antes de ella, y que es lo que
podrá llegar después de este punto de inflexión?
Poco o nada. Por destacar algo,
un pequeño párrafo que escribí referente a los odiosos incendios que cada
verano nos castigan, que tuvo cierta repercusión en las redes y se hizo algo
viral.
Ya tengo muy avanzada otra
novela, una en la quiero rendir homenaje a los mineros. A los de antes y a los
de ahora. Quizá nunca hubo un minero escritor o un escritor minero; y yo sin
considerarme escritor ni minero, en las dos caras de la moneda me he visto.
La escritura parece ser la última faceta sumada a una larga
lista, ya que la palabra polifacético parece quedarse pequeña para definirte.
Tienes grandes dotes para la pintura, fotografía, artesanía, ingeniería… Has
llegado incluso hasta crear tu propio vino. ¿Qué es lo que te aporta cada una
de estas aficiones, y cuál es el secreto de convertir muchas de ellas en arte?
¿Cuáles son los trabajos, de las distintas técnicas y
aficiones, de los que te sientes más orgulloso?
Por supuesto y sin lugar a dudas, de “la Porfía”. No me considero una persona constante ni paciente. Otras aficiones o cosas en las que pongo mi empeño van y vienen y no requieren tanto tesón, tanta concentración, ni tanta espera para en ellas ver el fruto final.
No sé si ha sido el primer vino calañés, elaborado y
embotellado en Calañas, aunque fuera una pequeña producción, pero no conozco al
menos que haya existido otro en la historia reciente del pueblo. Cuéntanos como
nace esta idea, como resultó la elaboración, y los resultados.
Pues como surge todo, pensando
un día y dándole vueltas a la cabeza. Agarrando luego el ordenador para saber,
intentándolo. El primer vino que hice fue una porquería, el segundo estaba
buenísimo; y de pruebas y error, aprendí algo. Por cierto, también fabriqué una
destiladora y saqué alcohol vínico con el que elaboré licor de gurumelos…
Actualmente todo eso lo tengo algo olvidado.
Has tenido distintas profesiones. ¿Cuál de ellas
destacarías? ¿Cuál te hubiera gustado
desarrollar que no te has planteado, o no se han dado las circunstancias para
realizarla?
De chiquillo quería ser maquinista
de tren; me impresionaban esas grandes y ruidosas locomotoras verdes. Luego la
vida te va llevando por donde quiere. Estudié electrónica por ser algo
innovador en su momento, pero la electrónica murió nada mas nacer, aunque con
su base me introduje en el campo de las renovables. Después de veintitantos
años ya, si tuviera que destacar una ocupación sería esta, técnico solar.
Aunque ya no me sienta motivado, por mil y una circunstancias, comer hay que
comer.
Viajar es otra de tus aficiones. ¿Cuáles son los lugares que más te han cautivado, y la gente o cultura que destacarías?
Viajar es algo que me motiva
muchísimo. Un momento de éxtasis para mí es ese en el que te sientas en el
avión y te abrochas el cinturón, después de un elaborado plan. Un poco a mi
aire cuando viajé solo, o a nuestro aire, cuando tuve la suerte de compartirlo.
Destacable, lo que vi de la cultura islámica. No por lo religioso, porque en lo referente a religiones, aparte de lo que adosado lleva de arte, no tengo el más mínimo interés; de lo islámico seduce la amabilidad, el respeto, la hospitalidad; el descubrir un mundo distinto y separado en el tiempo en el que ves a una niña que apenas sabe hablar vendiendo pañuelos en la calle, o un lisiado arrastrándose entre la multitud sobre un trozo de cartón amarrado a sus piernas, sus aromas y sus atardeceres en mitad de la sobrecogedora llamada a la oración del almuecín de cada mezquita.
Todo. Es imposible de recrear un mundo que no conociste, al menos hacerlo con la sutileza necesaria. En casi toda la novela, en sus particulares pasajes, está reflejada mi experiencia de vida, así como relatos que, si no viví en primera persona, oí narrar con asombro; disfrazados, modelados, ocultos pero presentes. Aunque los protagonistas son ficticios y tampoco es referido ningún lugar reconocible –lo hice para que cualquier lector hiciera suya la historia– estos personajes y lugares no serán ajenos a nadie de nuestro entorno.
¿Qué opinas sobre la pandemia que estamos viviendo, y como
ves la gestión que se está llevando a cabo desde los gobiernos?
Me hace pensar que a los países
económicamente más poderosos nos está dando con mayor virulencia. Nuestro
estado de asepsia y artificialidad ha relajado nuestra naturaleza; la
naturaleza es cruel con los más débiles, que en este caso somos nosotros, los
que más dimos la espalda a ella.
Los gobiernos no saben como actuar, van a bandazos. A veces las decisiones obedecen más a cuestiones de mercadotecnia que a la propia coherencia. Los gobiernos deberían olvidarse ahora mismo de todo y centrarse solo en esto y su transcendencia en otros ámbitos; y por supuesto, cuando solo sea un mal recuerdo, trabajar y poner empeño en que esto no pueda repetirse.
¿Qué es lo que más te gusta del pueblo, y que es aquello que
propondrías para corregir lo que menos te agrada?
Lo que más me gusta es oír las
campanas de la iglesia marcando las horas, escuchar el castañeo de las cigüeñas
en la torre o que alguien diga: por san Blas, la cigüeña verás. Y
cualquiera de estos motivos sea capaz de arrancar una conversación entre
personas que de relance se dan cita. Lo que más me gusta es la sencillez de la
gente y nuestra manera de entender el mundo. Lo que más me gusta son los
recuerdos que en sus calles y en sus campos se esconden.
Lo que menos me gusta es la
pérdida de identidad, el no habernos esforzado en respetar la cal y las
piedras, de que se haya sacrificado parte de su belleza, de su orgullo y de su
historia. Que la mitad de sus casas, antaño llenas de vida, poco a poco se estén derruyendo abandonadas.
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