Por Ramón Llanes
Llegaban las horas espesas
al reducto de la casa
y se ponían las luces brillantes de tanto ambicionarlas,
se dibujaban los juegos del niño
en la pared despierta, –todas las paredes estaban despiertas–
y se vio al niño en llanto de emociones
cuando le llegara a las manos la guitarra.
Empezó a sonarla, la acariciaba con su ternura,
la durmió en su almohada.
El tiempo le enseñó las notas del fandango
y pronto se distribuyó la vida del niño
con las palabras que le anunciaron cantes.
Todas las tardes, todas, el niño se precedía
de encantos con la guitarra.
Así, aljibes de músicas, entre la templanza del ganado bienestar,
el niño se hizo más niño
y no crecieron las cuerdas
y creció su armonía de inquietud.
Ramón Llanes. (MINERALOGÍA DEL ALMA)
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