Por Ramón Llanes
Me contó la vida cuitas y versos. Designé para las cuitas un lugar reservado de mi armario íntimo, busqué para los versos un paso de peatones por el cual divagaran a diario los mendigos, los ácratas y los poetas. Al cabo del tiempo las cuitas, que fueron secretos poco impor- tantes, se fueron poco a poco a los olvidos, ni me atrevo a precisar cuáles de amor o cuántas de desengaños; la jerga fue similar en ambas confesiones. También con el tiempo, los versos adquirieron fortaleza, se hicieron inmensamente comprometidos, se entendieron sus fondos, se captaron sus mensajes y alertaron convivencias y mundos.
Aquellos muchos versos fueron, son, serán, parte del cuaderno donde un vagabundo guarda sus alegrías y a donde cualquier engreído de turno no osa escudriñar. En este silencio de capacidades, ya a las horas del sentido común que el atardecer le imprime a las cosas, no importa recordar los secretos que me dejara el destino, no perduran, desaparecieron, fueron acaso bolas de añil que azulaban en papel contínuo las páginas blancas; no cumplían, -lo siento- la consigna de admiración de mi íntimo vecindario de recuerdos.
Desafectado del nudo que dejara cada calamidad en cada brizna de mi apego, la obra encontró cauce solo en la importancia de lo escrito. Los versos pueden ser tristezas inventadas pero inquietaron las conciencias y revolvieron las pócimas escondidas para la salud y la integridad primigenia del ser humano al que han representado por los siglos. En el cuaderno con rayas de alegrías existe un protocolo de ética jamás borrado, su búsqueda no será una sorpresa, su encuentro no será una utopía.
5 Mayo 2013 Ramón Llanes. (Del libro EL CAJÓN DEL SASTRE).
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