Por José María Ortega.
Rozo los cuarenta y
cinco años y no he conocido cabildos malos,
todos han sido buenos o muy buenos, por circunstancias, por momentos, por
situaciones, cada uno ha lidiado en su mandato, con la parte de la historia de
nuestra romería que le ha tocado y, acertando o equivocándose en sus
decisiones, no dudo ni lo más mínimo, que todas las tomaron de buena fe.
La historia de la devoción por la Coronada, a pesar de estar
arraigada en el calañés desde hace cientos y cientos de años, se reescribe prácticamente
cada romería, y en este nuevo siglo, nos ha tocado vivir una parte de esa
historia en la que todo ha cambiado o está cambiando, excepto lo esencial, lógicamente.
A finales del siglo XX, la romería era tan igual a la de
ahora, como diferente, y en apenas 20 años lo que antes se hacia andando ahora se hace en
tractor, o nadie iba a los Ángelus, porque no había, nadie se planteaba caminos
alternativos, o no existía la asociación de costaleros e incluso, era ciencia ficción,
pensar que cortarían la carretera para que nosotros hiciésemos nuestra romería y
así, podría seguir citando muchos detalles.
Allá por 2004 los cambios seguían y ya era complicado el solo
hecho de hacer de puente entre el buen trabajo de las hermandades anteriores y
las que estaban por llegar y seguir con una tendencia positiva. Todos sabíamos de ese
nuevo momento histórico de nuestra romería, y costó encontrar quien diera el
paso. Bartolomé y un grupo de sus amigos tomaron las riendas y no sólo se conformaron
con cumplir lo que la historia romera les requería, sino que sumaron, y sumaron
bastante más, con la única consigna que funciona en estos casos, humildad,
trabajo y devoción aderezado, de esa otra cosa tan importante cuando un grupo
se pone a trabajar, el buen rollo.
Yo, a título personal les debo mucho, se la jugaron con migo
y me dieron la oportunidad de ser el mantenedor de sus pregones, dándome carta de
libertad a la hora de estructurarlo y escribir el guión y además pude exaltar a
la mujer calañesa, lo hice lo mejor que sabía y que me perdonen si alguna vez
no estuve a la altura. Pero eso
realmente fue una mínima parte de lo que me dieron, porque también me
permitieron ver la romería desde otro ángulo, entender mi fe desde otra perspectiva,
y consolidar mis creencias con matices protagonistas. Me regalaron una medalla
de la Coronada que desde entonces va conmigo a todas partes.
Bartolomé y ese grupo de personas, de amigos, doce años después
siguen unidos, de buen rollo, lo que unió la amistad y ató la Coronada, que no
lo separe el tiempo. Enhorabuena.
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