El Ébola es una de esas enfermedades que podemos catalogar como "olvidadas", entre las que se encuentra la malaria o el dengue, enfermedades que son originarias del continente africano, también calificado como el continente olvidado.
En ese olvido podemos incluir su investigación, la puesta en marcha de campañas de información y prevención y la propia asistencia médica. Así como, la mejora de las condiciones de vida de una población sumida en la mayor de las pobrezas. Hoy, nos acordamos un poco más de estas personas, pero de diferente modo dependiendo del país.
En los noticiarios tienen mayor repercusión dos norteamericanos infectados y el sacerdote español, que las ciento de personas infectadas y fallecidas en el oeste de África. Éstas son meros números, historias de sufrimiento y dolor que a pesar de sus tragedias siguen siendo olvidadas.
El miedo a la pandemia ha puesto el foco en ésta enfermedad vírica descubierta a mitad de la década de los setenta del siglo pasado, cuarenta años de mirar hacia otro lado porque los que morían eran personas de segunda, esos negros que esclavizados levantaron el país de las oportunidades, los mismos a los que torturaron y masacraron los europeos en su colonización. Esos negros, que hoy pagan las consecuencias, de estar menos desarrollados. Esos negros a los que no podemos calificar así por miedo a que la hipócrita ley de lo políticamente correcto cargue contra nosotros. Sí efectivamente son negros, pero en lugar de tapar lo obvio, podríamos considerarlos como iguales, personas con derechos. Más allá de la frontera, hay un derecho universal, recogido en la Declaración de Derechos Humanos, y los sucesivos acuerdos firmados por la mayoría de países bajo el paraguas de la ONU (Organización de Naciones Unidas) y que conforman la llamada Carta de Derechos Humanos, por el cual se recoge el derecho de toda persona a no ser discriminado y a tener una sanidad digna.
Algo que como ocurre siempre con África, ha quedado en el olvido.
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