Ojeroso, despeinado, sucio y harapiento. Caminante errático casi siempre. Balbuceante de un lenguaje interior y pasado, arrepentido tal vez. Llorón y agresivo, melancólico y hasta divino. Entrañable, bufón o filósofo. La crueldad le abriga, la miseria le asiste.
Obra de Carlos Sebastián goyovigil50.wordpress.com |
Tomaba vino caliente en un parque, como podría ser en cualquier otro lado de este mundo vacío de conciencia humana. Cayó la noche, noche de frío, de Enero. Lluviosa. Y aunque le apellidan los desconocidos de "buen ver" como despojo, sintió el mismo frío que yo. Y buscó el refugio que primero vio, como los animales, eso dicen los niñatos fumados, los de los cincuenta euros para comprar cocaína, los avispados.
Cogió un par de cartones del contenedor, la gente encapotada y bajo los paraguas lo miraban con sospecha, como a los que hablan desde el púlpito o en algún mitin desfasado. Cartón de una máquina para abdominales, anunciada en los canales que nadie ve, y todos conocen, esa máquina que irá al mismo lugar que su envoltura en poco tiempo.
Recordó unas navidades con sus hijos y lloró emocionado. Sí estos "perturbados" se emocionan también. Ya casi no recuerda sus caras. “El vicio, el puto vicio” dijo, luego echó un trago.
Todavía quedaban adornos del nacimiento de Dios en las calles, iluminaban el buey y la mula de rojo, y en azul al resto. Se podía ver entre la maraña de pelos y la barba unos ojos diminutos, brillantes, como pidiendo una nueva oportunidad, pero con un grito insonoro.
Con sus cartones se decidió a ir a un cajero automático. Ese rinconcito del capitalismo donde los comunistas despotrican de los banqueros. Allí mismo tiró los cartones, ordenadamente, el grande abajo, y el otro para arropar. Se acordó de que un día tuvo cama de verdad, lloró unos segundos, y luego refrescó su garganta.
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