María Dolores Almeida. Escritora nacida en Sotiel y afincada en Sevilla |
¿Alguna vez se os ha quebrado la
luna delantera del coche mientras ibais conduciendo? A mí sí me pasó.
A partir del impacto se resquebraja el cristal y se configura una imagen alucinante, como si fuese el sistema nervioso del cuerpo humano multiplicado por un número infinito de veces. Más, mucho más. Pequeñas y diminutas cicatrices que parten desde un punto y van uniendo redes que se entrecruzan, diseminadas por todo el espectro de cristal. No queda ni un milímetro de materia sana. No se ve nada al exterior. No te atreves a moverte temiendo que se derrumbe todo el tinglado nervioso resquebrajado que caería indefectiblemente sobre el interior del coche, sobre ti, la tapicería, el suelo, e inunde el pequeño mundo que te rodea en aquél momento.
A partir del impacto se resquebraja el cristal y se configura una imagen alucinante, como si fuese el sistema nervioso del cuerpo humano multiplicado por un número infinito de veces. Más, mucho más. Pequeñas y diminutas cicatrices que parten desde un punto y van uniendo redes que se entrecruzan, diseminadas por todo el espectro de cristal. No queda ni un milímetro de materia sana. No se ve nada al exterior. No te atreves a moverte temiendo que se derrumbe todo el tinglado nervioso resquebrajado que caería indefectiblemente sobre el interior del coche, sobre ti, la tapicería, el suelo, e inunde el pequeño mundo que te rodea en aquél momento.
Al fin, como no queda más remedio, abres la puerta con sumo cuidado y sales del coche confiando en que no se mueva un solo trocito del puzle fantástico, porque de ser así todo se iría al diablo. Lo consigues al fin. Sales del coche y no se ha derrumbado nada. Todo permanece roto, insalvable, pero intacto, unidos los diminutos cachitos, perfectamente compactados. Aquello podría ser hasta una obra de arte abstracto. No se te ocurra cerrar la puerta, porque en ese caso todo el esfuerzo anterior no serviría para nada.
Cuando miraba desde el
exterior del coche el efecto devastador causado por una piedra o un guijarro
cualquiera humilde y desgraciado sobre la luna de cristal, me asombraba al
observar las similitudes del estropicio formado, comparándolo con el estado
actual de España. Es tal el desperfecto ocasionado por las hordas neo liberales
que nos gobiernan que es lo único que se me vino a la cabeza en aquellos
momentos como término comparativo y de reflexión. España entera fragmentada
como aquella luna delantera de mi coche.
Resquebrajada y rota, no en su territorio, ni en sus
provincias o autonomías. Fragmentada, en relación al estado de derechos que se
están destruyendo y echando por tierra, al destrozo institucional que se está
incorporando a la vida diaria sin que haya indicios o intenciones de reparación
alguna, rectificación o duda en la ejecución fría y determinante de los grandes
desastres. Hecha añicos, cisco, polvo, trocitos tan pequeños que costará
trabajo volver a unir. Que en algunos casos será imposible volver a
reconstruir. Que en todo caso yo no veré reconstruidos de nuevo, dadas, por una
parte mi edad, y por otra la magnitud de lo quebrado.
Le di una patada a una de las
ruedas, la que quedaba más cerca de mi pie, que quedó dolorido. Y aquél mapa
acristalado, como un panal dividido en diminutas astillas se desbarató en un
instante. Los asientos delanteros del coche, el capó, el arcén derecho de la
carretera donde me detuve, todo, todo, ¡todo! quedó lleno de pequeñas
partículas de cristales, casi cenizas de cristal esparcidas por los
alrededores. Cicatrices rotas. Lunas rotas.
A veces, aunque sea por
casualidad hay que romper definitivamente el cristal para, al menos, intentar
volver a colocarlo todo de nuevo más o menos en su sitio y como estaba antes, a
ser posible mejorando el resultado. Y de camino darte de bruces con la feroz
realidad de las mayorías absolutas.
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