Por: Manuel Contreras Acuña, elmorante, contranatura.
Término de génesis latina, proveniente de la idea de ciudad
estado o polis, politicus. La idea
clásica de política hace referencia al ordenamiento de la ciudad y de los
asuntos de los ciudadanos, por parte de hombres libres, que persiguen
solucionar los problemas a través de una
búsqueda transcendental, que lleva, al bien común. Esta corriente de
pensamiento, la considerada como, política, no es más que una rama moral del
pensamiento Griego y Romano. Un ente filosófico con alma bohemia y voluntad de
hierro. Una herramienta para alcanzar la verdad y la excelencia. Era tan poco
apropiado alejarse de la Política, que el ciudadano que lo hacía era tachado de
idiota (idios, referente a uno
mismo), es decir, todo aquel que por egoísmo no se preocupaba de los asuntos
ciudadanos.
Si, hoy, hiciésemos una encuesta sobre la política y el
interés que suscita, muy posiblemente tendríamos una versión distorsionada de
la raíz propia del término. Muy pocos afirmarían con entusiasmo ser Políticos,
aún menos hablarían de la Política como una corriente altruista y de búsqueda
de la verdad y el bien común.
La historia de la política ha sufrido derivas importantes,
desde los amagos de una democracia en Grecia, a la tiranía de emperadores,
reyes, dictadores y burgueses, a los que podríamos añadir “El Mercado”. Hoy nos sitiamos en una
situación de tremenda desazón, sin un rumbo qué seguir, no hay horizonte moral
en la política. Sin embargo, esa debe ser su fuerza impulsora. En los países
donde los ciudadanos pueden hablar con libertad, las campañas mediáticas y el
desapego generalizado son el motor de la quietud, que los ciudadanos tienen hacía
los problemas sociales, que los han vuelto “idiotas”. Los políticos, o más bien
los que se hacen llamar así, se han convertido en vasallos de un modelo liberal
sostenido por el único valor referencial del sistema, el dinero. Sólo una
retahíla, poco creíble, sobre el bienestar social, nos evoca momentos pasados.
Retahíla vacía conceptual y empíricamente hablando. Un discurso que se renueva
cuatrianualmente con descortesía hacia la inteligencia de los votantes. En
otros lugares de este planeta, ni siquiera existe la opción de no creer y votar
por el menos malo.
Se han hecho esfuerzos en busca de una mejor sociedad,
fundamentalmente después de la desolación de la Segunda Guerra Mundial, y
fundamentalmente mediante la Carta de los Derechos Humanos. Pero tanto ésta,
como los derechos del proletariado, de la mujer, la no discriminación por motivos
de género, credo o pensamiento, son un mero espejismo en una jungla que
entiende por leyes y axiomas las del dinero y el libre mercado. Que obra sin
impunidad por más que se generen bolsas de miseria, se contamine el medio
ambiente y por más que no tenga rumbo común.
Es un planeta donde el dinero circula sin fronteras, pero hay
fronteras para las personas, es un ente social y político, que versa entorno al
estatus y la apariencia. Un lugar de las
ideas versionado para una élite
atrofiada y cruel, desconectada y ambiciosa, para una mayoría quieta, dormida,
que piensa cada vez menos, o lo hace en el último modelo de móvil, en deporte y
prensa rosa.
No creo en las siglas, no creo en las palabras, ni tan
siquiera en las personas, creo en los hechos políticos y en la acción social
ante las injusticias.
Sé político, no seas idiota.
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